Las divisiones territoriales en el espacio platino y el Uti Possidetis Iuris de 1810
Autor: Eduardo Nakayama
Procurando comprender las divisiones o escisiones del espacio platino, no necesitamos remontarnos a la evolución del espacio peruano (1542), sino apenas, al tiempo comprendido desde la creación del Virreinato del Río de la Plata (1776) separado del Virreinato del Perú, pasando por las disputas con la Corona Portuguesa como consecuencia del Tratado de San Ildefonso (1777) y sobre todo, desde la perspectiva del llamado Uti Possidetis Iuris de 1810, que toma como referencia los espacios ocupados por las distintas gobernaciones o intendencias al momento de la deposición del virrey español Baltasar Hidalgo de Cisneros en Buenos Aires. Originalmente, el Uti Possidetis Iuris era un amparo judicial otorgado en el Derecho Romano al poseedor de un inmueble contra toda violencia capaz de perturbarle en su posesión; de carácter provisional, no cerraba las puertas a un juicio ulterior de exhibición de justos títulos, protegiendo de esa manera la posesión in-actu sin descuidar el animus tenendi; en el Ius Gentium o Derecho de Gentes, como antecedente del Derecho Internacional, significa una paz levantada sobre el respeto a las posesiones actuales donde cada beligerante conserva lo que tiene, quedando las cosas en el mismo estado en que se encontraban al momento de la paz.
El Uti Possidetis no es sólo un principio de paz en la guerra sino también, un principio de concordia en la paz, tal como lo concibieron los países colonizadores del continente americano, al arbitrario como regla de delimitación fronteriza; de principio europeo como estatuto de paz en la guerra, pasó a ser una solución de límites, un principio netamente americano, acentuado con la incorporación de nuevos factores políticos, como el nacimiento de los Estados Unidos de América, la independencia de las naciones latinoamericanas y al principio que tanto Simón Bolívar como James Monroe proclamaran en 1823, de que “el continente americano no es susceptible de colonización,” sin embargo, en el encuentro panamericano organizado en 1826 por Bolívar en Panamá, los estadounidenses confirmaron su política aislacionista en relación al resto del continente. Debido a la deformación y abuso en la aplicación del principio del Uti Possidetis, el jurista e historiador paraguayo Juan José Soler le atribuye “más complicaciones creadas que arreglos definitivos consumados” afirmando que se le desnaturaliza cuando se afirma que este Uti Possidetis es de Iure y “contradictoria” como asegura el jurista e internacionalista francés Paul de La Pradelle, porque reenvía a los títulos y no a la posesión, “es autodestructivo” agrega el jurista e internacionalista estadounidense John Basset Moore porque “se destruye a sí misma” al eliminar su base física: la posesión.
Se hace “redundante” cuando se dice que es De facto porque se carga la atención sobre algo que se sobreentiende, su posesión y al diferenciarlo entre Uti Possidetis Iuris de Iure o de Facto se peca, en un caso por defecto por constituir una elipsis, en otro un pleonasmo, por exceso, pero tuvo que ser expuesta en más de una oportunidad de esa manera para explicarla minuciosamente, como lo haría el doctor Eusebio Ayala, en perfecto francés, en su magistralmente conferencia en París, haciendo gala tanto de su faceta de historiador como de maestro del Derecho Internacional, a propósito de la cuestión con Bolivia, donde también explicó las dificultades en la aplicación del principio. Para el momento de la “Revolución de Mayo” en Buenos Aires, cabe recordar que las Misiones se hallaban anexadas como territorio integrante a la gobernación del Paraguay, ya que menos de cinco años antes, el 12 de septiembre de 1805, el rey español Carlos IV había resuelto otorgar el gobierno de Asunción a Bernardo de Velasco “…sujeto que posee ventajosamente la honradez y talento que se necesitan para regir dicha provincia [del Paraguay], con inclusión de los Pueblos de las Misiones de Guaranís y Tapes”, según fundamentaba la Real Cédula.
Las pretensiones de la nueva entidad política surgida con la Junta de Buenos Aires, buscaban erigirla como rectora de las comarcas anteriormente dependientes del extinto virreinato platino y en ese sentido, tal como lo haría con otras provincias, a fines de 1810, la Junta porteña decidió enviar una expedición al mando del general Manuel Belgrano, quien derrotado por las tropas realistas de Asunción en las batallas de Paraguarí y Tacuary, se vio obligado a repasar el Paraná; los paraguayos, por su parte, tardarían apenas unos meses más en llevar adelante su propia revolución, intimando rendición al gobernador español Bernardo de Velasco, quien sin embargo, junto con otro peninsular -Juan Valeriano Zeballos- y un criollo paraguayo -el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia- integraría un primer Triunvirato antes de la conformación de la Junta Superior Gubernativa, compuesta ya exclusivamente por criollos paraguayos, quienes auspiciaron la firma de un primer Tratado con Buenos Aires en fecha 12 de octubre de 1811. Debemos comprender que más allá de las reivindicaciones o concepciones de soberanía territorial que las embrionarias instituciones políticas emancipadas tenían, las mismas estaban organizadas sobre las bases de sus antiguas jurisdicciones coloniales de gobernaciones o intendencias y por tanto, las visiones que tenían sobre sus principales hinterlands y áreas de influencia, muchas veces se contraponían con las que tenían las demás, pretendiendo cada una obtener el todo, como fue el caso de las Provincias Unidas del Río de la Plata sobre todo el espacio platino o una mayor parte, como lo hizo la Corona Portuguesa en los siglos precedentes y luego el Imperio del Brasil en las décadas siguientes.
A fines de 1812 Buenos Aires intentó persuadir al Paraguay de enviar representantes al Congreso General de todas las Provincias y para el efecto, designó en misión especial al doctor Nicolás de Herrera, quien pese a sus muchos esfuerzos, no sólo vio frustrado su cometido, sino que fue testigo de la decisión del Congreso reunido en el Convento de la Merced de Asunción, que el 12 de octubre de 1813 proclamaba la República del Paraguay, la primera en Hispanoamérica y la tercera del continente después de los Estados Unidos y Haití. Con el transcurrir de los años, el otrora Virreinato del Río de la Plata se dividiría en cuatro repúblicas: Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay, dislocación en parte alentada por la Corona Portuguesa establecida en Río de Janeiro al inicio del movimiento emancipador, continuada por su sucesor natural, el Imperio del Brasil y por otra por el libertador Simón Bolívar quien, quizá sin pretenderlo, también tuvo su cuota de participación en esta división, ya que en otro Congreso auspiciado por él, las cuatro provincias altoperuanas que formaban parte del Virreinato del Río de la Plata votaron por su independencia de España y Buenos Aires, no quedando a esta última más remedio que aceptar la separación constituyendo Bolivia.
Los límites del Paraguay bajo la dictadura del doctor Francia (1811-1840)
Desde 1814 como Dictador Temporal y desde 1816 en carácter de Dictador Perpetuo, el doctor José Gaspar de Francia dirigiría los destinos de la República del Paraguay; inició un prolongado período de aislamiento, marcado por el deterioro de las relaciones con Buenos Aires, pese a los intentos de aproximación al Dictador, quien incluso llegó a ser reconocido implícitamente como cabeza de un país soberano, conforme a la correspondencia intercambiada desde 1815 donde le otorgaban el tratamiento de “Excelentísimo Señor Dictador Supremo de la República del Paraguay”. El proceso de formación de los países en Sudamérica también se vio caracterizado por la existencia de gobiernos fuertes o dictatoriales, no sólo en Paraguay sino en toda la región del Río de la Plata, Chile y Perú, que nacieron con las guerras de independencia por la necesidad de imprimir a ésta una dirección estratégica y de asegurar la conquista de la libertad; el doctor Cecilio Báez explica su aparición en el contexto, diciendo que “los dictadores fueron los defensores de sus pueblos: donde había guerras, surgieron los caudillos militares; donde no las había, aparecieron los caudillos civiles, como el doctor Francia en el Paraguay, que salvaguardó la independencia nacional por medio del aislamiento.”
El doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, Dictador Perpetuo de la República del Paraguay, manifestaba en un escrito fechado en 1817 que en los inicios del poblamiento del Río de la Plata “[Buenos Aires] no ha sido más que una colonia del Paraguay, a cuyos Gobiernos temporal y eclesiástico estuvo, lo mismo que Santa Fe y Corrientes otras colonias y dependencias del Paraguay, sujeto cerca de un siglo, gobernando aquellos tres pueblos por medio de sus tenientes el Adelantado, o Gobernador y Capitán General establecido en esta ciudad de la Asunción.” El doctor Francia no lo decía con el ánimo de reivindicar dichos territorios, administrados alguna vez desde Asunción, sino simplemente, para descalificar las pretensiones de Buenos Aires de intentar “sobreponerse y dominar al Paraguay y demás pueblos, queriendo alucinar y señorear haciendo las veces de los españoles y establecerse en lugar de ellos al frívolo pretexto de haber sido algún tiempo capital en el antiguo régimen extinguido, lo que era impertinente y sin importancia alguna, porque entonces la autoridad venida de España, que residía en Buenos Aires, era la que dominaba a los pueblos y sólo por eso se figuraba capital, pero desde la revolución, y ahora, no ha habido ni hay allá más autoridad que el pueblo porteño, que habiendo sido un pueblo subalterno que debe su primer ser, su existencia y sus principios al Paraguay […]”
A continuación, realiza una clara alusión al dominio paraguayo sobre el Chaco apelando al principio del Uti Possidetis Iuris afirmando que “se han contenido casi enteramente los bárbaros del Chaco con los cuatro fuertes establecidos en aquella banda [occidental], habiéndose también ensanchado y construido de nuevo todo de piedra y cal el de Olimpo, llamado antes de Borbón, que no era sino un mal cercado de palmas” refiriéndose luego a mejoras en el fuerte de San Carlos del Apa [en el lado oriental del río Paraguay] donde se “ha renovado todo el techo de los cuarteles y caserío.” Al sur de Asunción, menciona la mudanza de la Villa de Remolinos, ubicada antes en una zona inundable a otra más elevada y segura denominada luego Villa Franca. En cuanto a la reivindicación sobre los espacios en frontera con los portugueses, en un oficio a Bernardo Velázquez, comandante del fuerte Borbón (Olimpo), el doctor Francia le advierte de la intención de aquellos de “procurar introducirse a nuestro territorio ya con pretexto de hacer sal y ya también con la solicitud de venir hasta Concepción a comerciar, desentendiéndose enteramente de lo que sobre esto se les dijo en aquellas contestaciones, reforzando en el mismo tiempo sus presidios y poniendo guardias o piquetes avanzados en la costa […]” Francia cuestionaba duramente el paulatino asentamiento lusitano en lo que consideraba territorios legítimos del Paraguay, heredados de la Corona Española afirmando que “todavía no puedo persuadirme que en estas circunstancias tengan ellos miras de invadir nuestro territorio y empezar a hostilizarnos, cuando no estamos en guerra con ellos ni de parte nuestra tienen ellos el menor antecedente, causa ni motivo el más leve, a menos que quieran ya tomar el oficio de salteadores y proceder como los salvajes del Chaco y los mbayás sus amigos y coligados para su mutua connivencia y provecho.”
Finalmente, hace una importante alusión acerca de los límites septentrionales del Paraguay y Portugal, justo un año antes de la creación del Imperio Brasilero; el doctor Francia recuerda que “ese salinar está en nuestra pertenencia, así como lo es todo el Chaco hasta el río Jaurú. Esto muy bien lo saben los portugueses porque según el Tratado de límites ajustado entre España y Portugal en el siglo pasado, este es, en mil setecientos setenta y siete, la divisoria entre ambas naciones desde la caída del río Corrientes, al que nosotros hemos llamado nuevamente río Tacuary, es [el] canal del río Paraguay subiendo agua arriba y atravesando la Laguna de los Jarayes hasta el río Jaurú, que de la banda del Chaco cae en el mismo río Paraguay, por manera que, así el presidio de Coimbra, como los demás establecimientos que tienen los portugueses al lado del Chaco hasta el Jaurú, están conocida y notoriamente en territorio que no es de ellos, sino de nuestra pertenencia.” Dentro de sus posibilidades y recursos, Francia logró asegurar las fronteras paraguayas en puestos avanzados frente a las pretensiones de Buenos Aires y las Provincias Unidas, por un lado, como con los luso-brasileños por otro; pero sin llegar a reconquistar aquellos territorios que reivindicaba con cierta frecuencia, más bien como retórica. Aun así, debe destacarse que la consolidación de un Paraguay independiente se debe en gran medida a su labor, configurado políticamente sobre un espacio territorial definido y sobre el cual tenía pleno ejercicio de su soberanía.
A inicios del s. XIX, la población paraguaya había perdido el temor hacia los indios del Chaco que habían marcado los siglos anteriores; los payaguás del sur entablaron relaciones pacíficas e intercambiaban artículos, siendo incluso contratados para vigilar ciertos tramos del río contra otros indios chaqueños hostiles; otros grupos de la familia lingüística guaycurú (como abipones y mocovíes) habían migrado muy al norte o disminuido sus poblaciones como resultado de expediciones punitivas, guerras intestinas y sus propias prácticas de infanticidio. Resulta difícil, sin embargo, definir exactamente las fronteras que el Paraguay tenía en el Chaco, ya que más allá de los fuertes o guardias que mantenía a lo largo del río Paraguay en ambas márgenes desde las Tres Bocas, al sur de desembocadura del río Bermejo hasta el Fuerte Olimpo, el territorio asentado en la mayoría de los mapas como “Desierto del Gran Chaco” no había conseguido poblarse a más de unos 30 kilómetros de la costa, lo que se mantendría hasta la finalización de la Guerra de la Triple Alianza y posterior loteamiento a fines del s. XIX e inicios del s. XX cuando llegaron capitales e industrias extranjeras, principalmente desde la Argentina. Tras las luchas de la independencia, el Alto Perú se organizaba y tornaba república en 1825, adoptando además el nuevo nombre propuesto por el sacerdote Martín Cruz, quien dijo que: “si de Rómulo se derivó Roma; de Bolívar debe ser Bolivia” en tanto las aguas del Río de la Plata empezaban a agitarse en ambas márgenes con la Guerra del Brasil o de la Cisplatina (1825-1828) que derivó en la independencia uruguaya con repercusiones en Río de Janeiro, ya que tras una prolongada crisis política y económica originada entre otros motivos, por las deudas contraídas por el Imperio, años después, el Emperador Pedro abdicaría del trono de Brasil en favor de su hijo de cinco años, el príncipe Pedro de Alcántara, quien pasaría a ser Pedro II del Brasil.
En el Paraguay, fue característico el celo puesto por el doctor Francia en las formalidades en el tratamiento protocolar de su figura o la de la República, no admitiendo tonalidades grises con enviados extranjeros o de países vecinos, como lo hizo el 26 de julio de 1828 con el enviado de Bolivia quien, llegado hasta el Fuerte Olimpo, solicitó permiso a su comandante José Antonio Sosa para bajar hasta Asunción para entrevistarse con el Dictador, quien molesto por los errores del pliego, replicó: “Devolver el pase incluso a ese venido diciéndole lo primero, que antes que Bolivia el Paraguay por determinación del Congreso ha tenido el título de República, en cuya posesión se halla, y que así es tratado por otros estados. Lo segundo, que en esta conformidad el que aquí gobierna por disposición del mismo congreso no tiene el título de jefe supremo de la provincia, como dice su pase, sino el de dictador de la República del Paraguay con el correspondiente tratamiento de Excelencia. Lo tercero, que en esta República del Paraguay los comandantes y autoridades de las fronteras y del interior no pueden introducir ni dejar internarse y franquear auxilios a ninguno que venga de otros estados sin expresa orden, y disposición del dictador de la misma República con ningún motivo ni pretexto. Lo cuarto, que yo tampoco entiendo esa orden de entregarme sus pliegos en mano propia […]”
En el ámbito regional, los años transcurridos de 1825 a 1828 fueron fundamentales para la definición territorial de los países del Plata con la creación del Estado Oriental, como consecuencia de la Guerra de la Cisplatina; raíz de la invasión lusitana de 1816-1820 asentada en el actual territorio uruguayo, haciendo que varios referentes orientales se prepararan desde Buenos Aires para recuperar la Banda Oriental (convertida por los portugueses en Provincia Cisplatina) a las Provincias Unidas, acción que se inicia con la llamada Cruzada Libertadora y el desembarco de los Treinta y Tres Orientales el 1 de abril de 1825. Luego de una serie de victorias de los orientales, el Congreso General de las Provincias Unidas determinó que se reconocía a la Provincia Oriental “de hecho reincorporada a la Republica de las Provincias Unidas del Río de la Plata a que por derecho ha pertenecido y quiere pertenecer”, decisión que fue respondida por el Emperador del Brasil con la declaración de guerra y el bloqueo al puerto de Buenos Aires; a la par, durante este tumultuoso período que todavía configura el proceso de formación de la futura República Argentina, los choques entre porteños y las provincias del interior se intensificaban. Sin la figura del oriental José Gervasio Artigas (asilado en el Paraguay desde 1820), quien en su momento había encabezado la Liga Federal o de los Pueblos Libres como elemento de desequilibrio del poder concentrado en Buenos Aires, varias provincias platinas buscaron aproximarse al Paraguay del doctor Francia.
Pedro Ferré, gobernador de Corrientes y quien afirmaba representar la voluntad de varias provincias, propuso una alianza al Paraguay para evitar que las mismas cayeran bajo la órbita de Buenos Aires; Francia, cauteloso, prefirió abstraerse de intervenir en aquellos asuntos e instruyó a Juan Tomás Gill, comandante de la Villa del Pilar en ese sentido; el Supremo Dictador pensaba en voz alta plasmando en su oficio que “tal vez los correntinos y su gobernante se recelen más para lo sucesivo de los porteños que de los portugueses, a lo menos tanto de uno como de otros, y que la pretensión o propuesta sea por proporcionarse algún favor, amparo o abrigo del Paraguay en caso de alguna extorsión intentada por parte de Buenos Aires […]”
Algunos historiadores como Justo P. Prieto y Julio César Chaves han interpretado esta actitud de Francia con relación a Ferré (1827) como un grave error geopolítico, por dejar pasar la “oportunidad que se presentó al Paraguay de acaudillar a diez provincias, de pesar en el concierto platino” y en ese mismo sentido, también se criticó el hecho de no haber concluido acuerdos definitorios de límites con el Imperio del Brasil años atrás, en 1824, en ocasión de la misión Correa da Cámara. Si bien en todos estos casos medió la exigencia del doctor Francia de que se reconozca expresamente la independencia paraguaya, la misma ya existía de facto y no parecía un argumento suficiente para lograr aquellos objetivos que sin dudar eran tan importantes, sobre todo porque ello hubiese significado un reconocimiento explícito, principalmente de parte del Brasil, al cual importaba la independencia paraguaya para debilitar el bloque sobreviviente del virreinato platino, ya durante el gobierno de don Carlos Antonio López, la concepción de la política regional sería diferente.
El doctor Francia seguía resguardando las fronteras al sur, tal como se desprende de un oficio fechado en noviembre de 1828 enviado al delegado de Itapúa José León Ramírez, donde ordenaba el restablecimiento de la Delegación de Candelaria en la margen izquierda del río Paraná (en la actual provincia argentina de Misiones), trasladando la mayor parte de las tropas y el ganado necesario para mantener a las mismas. Por aquel entonces y durante todo su mandato, la mayor prioridad del Dictador fue resguardar las fronteras ocupando las guardias, para de esa manera ejercer su soberanía. El 6 de diciembre de 1829 era electo gobernador de Buenos Aires el entonces coronel Juan Manuel de Rosas recibiendo el título de “Restaurador de las Leyes e Instituciones de la Provincia de Buenos Aires” y en el mismo acto le eran entregadas “todas las facultades ordinarias y extraordinarias que creyera necesarias, hasta la reunión de una nueva legislatura”, situación que ya se había visto en Buenos Aires con Manuel de Sarratea y Martín Rodríguez en 1820, así como en gobernadores de otras provincias durante la primera mitad del siglo XIX, ratificando, como ya lo manifestamos, que la concentración de poder en una persona, como el caso del doctor Francia en Paraguay, no fue un fenómeno aislado en la región.
En su primera visita al Paraguay, en 1825, luego de la escisión del Imperio del Brasil del Reino de Portugal (1822), el cónsul brasileño Antonio Manoel Correa da Cámara había prometido dar satisfacción a las reivindicaciones territoriales paraguayas en el Alto Paraguay, pero, por el contrario, durante el tiempo transcurrido desde su primera visita a Asunción y su pretendida segunda llegada en 1827, las posiciones brasileñas en Coimbra, Alburquerque y Miranda iban fortificándose con carácter de permanencia, lo que irritó a Francia al punto de negarle el pasaporte para subir hasta Asunción, luego de dos años de espera en Itapúa. En un extenso oficio enviado a José León Ramírez, comandante de Itapúa, por donde quiso internarse al Paraguay Correa da Cámara, el Supremo Dictador se explaya largamente sobre la falta de satisfacción a las reclamaciones de la República del Paraguay por parte del Brasil, incluyendo los diferendos limítrofes, cuyas excusas buscan “únicamente a entretener, demorar y pasar el tiempo y tal vez los años con fútiles pretextos de vanas, frívolas e infructuosas diligencias, seguramente con la idea de procurar con tal procedimiento entorpecer y frustrar nuestras justas demandas en materia y hechos bien sabidos y sobradamente notorios, pensando sin duda que aquí no tenemos bastante conocimiento de todo, pretendiendo además con gracioso empeño que se le franquee una cañonera para, a pretexto de sus inventadas diligencias y de sus correspondencias, trajinar y hacer trajinar de la Asunción a Olimpo y Coimbra con sus particulares fines, especulando y observando también los territorios y estado del Paraguay, todo lo que no manifiesta sinceridad y buena fe, sino más bien siniestros fines y sospechosas intenciones.”
De todas maneras, con el Reino de Portugal primero y con el Imperio del Brasil desde 1822, fue la única relación que mantuvo la República durante la dictadura del doctor Francia, quien como fue dicho, en 1825 había recibido al enviado del Imperio del Brasil para concretar un Tratado de Amistad, pero cuyo objetivo real era asegurar un eventual apoyo paraguayo en su disputa con Buenos Aires por la Banda Oriental; Francia exigió como condictio sine qua non, el reconocimiento de la independencia, a lo que el Brasil contestó que “nunca fue intención de su gobierno negar los títulos y derechos de un pueblo libre y soberano como considera a la República del Paraguay”, al año siguiente se realizó un intercambio epistolar entre los dos gobiernos, pero las relaciones oficiales quedaron cortadas en 1829. La compleja trama geopolítica regional en relación a la Banda Oriental, fue herencia de una vieja disputa entre Portugal y España desde la fundación de la Colonia del Sacramento (1680), problema zanjado parcialmente por las potencias ibéricas con los tratados de Madrid (1750) y de San Ildefonso (1777), pero que recrudecería desde la primera invasión portuguesa a la Banda Oriental (1811-1812) luego de la cual los lusitanos ocuparían definitivamente el norte de los territorios orientales y la segunda invasión portuguesa (1816) que derivaría en la Capitulación de Montevideo (1817), el establecimiento del protectorado portugués bajo el mando de Carlos Federico Lecor, la posterior consolidación de la Provincia Cisplatina y finalmente, la Guerra del Brasil (1825-1828) que tuvo como principal derivación la independencia uruguaya.
El monárquico Imperio del Brasil se erigía como una raridad en medio de sus nuevos vecinos republicanos, los cuales, sin embargo, tampoco se regían por los nuevos modelos sino por caudillismos, mostrándose inestables políticamente y en constante conflicto. De todas maneras, tampoco el Imperio pudo mantenerse inmune a la “fiebre republicana” ya que un importante levantamiento en Rio Grande del Sur llegó a proclamar la “República Riograndense” el 11 de septiembre de 1836, como consecuencia directa de la victoria obtenida por los separatistas en la batalla de Seival en 1836, durante la Revolución Farroupilha (1835-1845), movimiento que el Imperio recién pudo sofocar después de una década de lucha. En cuanto al comercio del Paraguay con el Brasil, el mismo se daba principalmente por San Borja, recordando que la margen izquierda del Paraná se hallaba ocupada por el Paraguay y reivindicadas por su gobierno en base a los títulos heredados por Asunción, siguiendo el Uti Possidetis Iuris de 1810. A fines de 1831, un particular hecho motivó el enojo del doctor Francia al enterarse de la venta de territorios en aquellos parajes por parte del gobierno de Buenos Aires a ciudadanos ingleses: “esos terrenos entre el Aguapey y el Uruguay pertenecen al Paraguay y no son Buenos Aires, que después de veinte años que no ha pensado en ellos, ahora es bien conocido que sólo ha tramado apropiarse y figurar su venta a esos ingleses por impedir y cortar el comercio de los brasileros con el Paraguay, que tanto ha dolido a Buenos Aires y ha envidiado.”
La disputa por el corredor Itapúa-San Borja que se iniciaba entre el Paraguay con Corrientes y también con Buenos Aires, tendría varios capítulos hasta el fin del gobierno del doctor Francia. En efecto, aunque el asentamiento de ingleses no se produjo tal como lo anunciaron, en septiembre de 1832 Corrientes ocupó la zona norte del río Aguapey, controlando el corredor y estableciendo una receptoría para cobrar derechos en la Tranquera de Loreto; durante aquellos años, gran parte de la atención del Paraguay se concentraría en la zona. En un borrador escrito al delegado de Itapúa el 14 de agosto de 1832, el doctor Francia protestaba diciendo que “aún las tierras siguientes al Aguapey que fueron de Yapeyú y la Cruz pertenecen al Paraguay como parte que igualmente fueron del Gobierno de Velasco, siendo gobernador del Paraguay y que si Corrientes quiere que al menos se le dejen las tierras de esos dos pueblos, debe pagarlas al Paraguay, que puede cederlas por no hacerle falta, como le hacen las tierras y campaña desde la caída del Aguapey al Uruguay para arriba.” Si en la margen izquierda del río Paraná se mantenía aquella disputa, en el río Paraguay desde arriba del Apa hasta la desembocadura en las Tres Bocas, no se dudaba de la soberanía paraguaya sobre ambas márgenes. En abril de 1833 el doctor Francia destinaba una importante dotación de treinta y siete plazas comandados por el entonces sargento Mariano Roque Alonso al presidio de Formoso (actual Formosa) a fin de consolidar su presencia tanto allí como en otras posiciones fortificadas de la margen occidental al sur del Pilcomayo como Monte Claro, Orange y Santa Elena.
Como consecuencia de aquella incursión correntina de 1832 en el corredor de San Borja, en el siguiente lustro (de 1833 a 1838) y sin descuidar sus demás fronteras, el Paraguay se concentraría en fortificar y poblar sus tierras entre la margen izquierda del Paraná y la margen derecha del Uruguay; desde fines de 1833 se produjo el establecimiento de un campamento en el paraje denominado “Potrero de la Laguna” y de manera incesante, desde inicios de 1834, el envío de personal con todo tipo de herramientas y materiales acarreados desde distintos parajes como Yuty e Yhú para ser pasados a la margen izquierda del Paraná, así como de las ruinas de la reducción de San Ignacio Miní llevadas río abajo, todas para ser empleadas en el asentamiento de una población estable y ampliación de las hasta entonces precarias fortificaciones.
En la Epifanía de 1839 el Supremo Dictador Perpetuo completaba 73 años, pero el año y medio que le quedaba de vida y por ende, al frente del gobierno, no sería por ello más tranquilo o sosegado, por el contrario, incrementaría su actividad en torno a las fronteras, lo que puede asegurarse fue una de sus mayores preocupaciones: cientos de páginas de oficios y partes a los confines de la República del Paraguay así lo confirman, consolidándose finalmente en el corredor mesopotámico entre la margen izquierda del Paraná en Candelaria y la margen derecha del Uruguay frente a San Borja, sobre todo finalizadas las construcciones en torno a la “Fortaleza de San José” conocida más adelante como “Trinchera de los Paraguayos” que sin duda fue la más importante obra de ingeniería militar realizada durante su gobierno.
Aquellos años finales, el doctor Francia se ocupó de auxiliar a los indios de la margen izquierda del Paraná procurándoles, además de alimentos, herramientas y todo lo que necesitaran para su subsistencia, de un trazado urbano en Candelaria, arborización con frutales, así como ganado vacuno y caballar. El borrador del último oficio estaba preparado para dirigirse al delegado de Itapúa, donde daba instrucciones sobre la situación en Candelaria, pudiendo por tanto afirmarse que hasta doce días antes de su muerte, el Supremo veló por el resguardo de las fronteras y la ocupación efectiva de los territorios reivindicados por el Paraguay como suyos. La muerte del doctor Francia, el 20 de septiembre de 1840, consternó a la República, siendo abundantes las crónicas que revelan la agitación, dolor e incertidumbre que generó la noticia: “toda esa noche no se oyó más que tristes lamentos, en las amplias o estrechas habitaciones de este dolorido pueblo, que parece querían sus moradores aliviar su pena con la copiosa vertiente de sus lágrimas, causando a los oídos el más lúgubre concierto capaz de enternecer a un corazón de mármol.”
La reorganización política paraguaya desde la Junta Provisional (1840) hasta la presidencia de don Carlos Antonio López (1844)
Una Junta Provisional de gobierno a cargo del capitán de navío Manuel Antonio Ortiz dirigió los destinos de la República en transición desde la muerte del Dictador hasta el 21 de enero de 1841, le siguió un Triunvirato integrado por Juan José Medina, José Gabriel Benítez y José Campos por espacio de menos de un mes, hasta el 9 de febrero de 1841 y finalmente, por otro mes hasta el 12 de marzo de 1841, el poder recayó en el Comandante General de Armas, Mariano Roque Alonso, quien, emulando el Consulado de 1813, hizo recaer el poder en uno nuevo, integrado por él y por don Carlos Antonio López en calidad de procónsules de la República del Paraguay por el período 1841-1844, tiempo durante el cual se reuniría un Congreso General (1842) que reafirmaría la independencia paraguaya y otro, dos años después, que promulgaría la Ley de Administración de la República instaurando la figura presidencial. En la región, el Imperio del Brasil delineaba una clara política exterior enfocada en el Plata, consolidada por su ministro de Negocios Extranjeros Paulino de Souza, teniendo como objetivos definir sus fronteras, garantizar la libre navegación de los ríos de la cuenca y apoyar las independencias de Uruguay y Paraguay, procurando contener la influencia de Buenos Aires en estos países ya que, si cualquiera de ellos fuese anexado por la Confederación Argentina, se ampliaría la frontera de ésta con el Brasil y siguiendo la lógica de los referentes políticos del Partido Conservador, se tornaría inevitable una guerra entre ambas, quedando el territorio brasileño más vulnerable a una invasión de parte de las fuerzas de Rosas.
El período que va desde la muerte del doctor Francia hasta la asunción de don Carlos Antonio López como primer presidente de la República se caracterizó por buscar la consolidación de la independencia, que hasta la muerte de Francia y a excepción del Brasil, no había sido reconocida explícitamente por los demás vecinos ni potencias extranjeras; el Acta de Independencia reafirmada por el Congreso el 25 de noviembre 1842 fue enviada a distintos países en diciembre de ese año, contestada primeramente por el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, quien respondió a la misiva paraguaya el 26 de abril de 1843, rechazando cualquier reconocimiento, pese a que ya había reconocido como estados soberanos a Bolivia y Uruguay, antiguos integrantes del virreinato platino. Bolivia contestó formalmente al gobierno de Asunción el 17 de junio y Chile el 22 del mismo mes de 1843, ambos reconociendo la independencia paraguaya, sumándose luego otras naciones; el Imperio del Brasil, que había procurado retomar el contacto oficial intentando sin éxito enviar como representantes a Manuel Cerqueira Lima (marzo de 1841), Augusto Leverger (julio de 1841) y Antonio José Lisboa (marzo de 1842), sucesivamente, recibió luego con beneplácito la comunicación oficial paraguaya, adelantándose a nombrar a un Encargado de Negocios y Cónsul General para “reconocer solemnemente aquella independencia” según nota del 20 de noviembre de 1843.
En los tratados de comercio y amistad firmados por Gran Bretaña y Francia con Buenos Aires en 1825 y 1840, respectivamente, el Paraguay no era mencionado como provincia argentina; el gobierno británico respetó siempre la existencia nacional paraguaya y cuando en 1843 fueron enviados como enviados especiales del Paraguay para negociar con Rosas los señores Manuel Pedro de la Peña y Francisco Solano López, visitaron al ministro inglés John Henry Mandeville y al francés Conde de Lurde para solicitarles el reconocimiento de la independencia, este último se mostró muy favorable indicando incluso que buscaría interesar al Vaticano en el mismo sentido.
La presidencia de Carlos Antonio López y la lucha por el reconocimiento de la independencia paraguaya (1844-1852)
Desde el punto de vista político, el año de 1844 en Paraguay también marcaba el fin del sistema consular, reemplazado por la adopción de un sistema presidencialista. Sin embargo, a diferencia de lo que se hablaba ya en otros países sobre la necesidad de establecer modelos republicanos basados sobre los cimientos de sistemas constitucionales con equilibrio de poderes, el gobierno de Carlos Antonio López prefirió mantener un modelo fuertemente concentrado en el Ejecutivo, sin un Legislativo permanente que era suplantado por esporádicos congresos que hacían sus veces para guardar las apariencias y una justicia absolutamente sometida al gobierno. En efecto, incluso el reconocido jurista argentino Juan Bautista Alberdi, artífice de la Constitución Argentina y gran amigo del Paraguay, criticaría con dureza la Ley Administrativa de 1844 diciendo que la misma, dada en la Asunción el 16 de marzo de 1844 “es la Constitución de la dictadura o presidencia omnipotente en institución definitiva y estable […] es una antítesis, un contrasentido constitucional [y] no debía ser un ideal de libertad política […] la dictadura inaudita del doctor Francia no había sido la mejor escuela preparatoria del régimen representativo republicano: la nueva Constitución estaba llamada a señalar algunos grados de progreso sobre lo que antes existía; pero no es esto lo que ha sucedido. es peor que eso; ella es lo mismo que antes existía, disfrazado con una máscara de constitución, que oculta la dictadura latente.”
Aunque consagraba el principio liberal de la división de los poderes, declarando exclusiva atribución del Congreso la facultad de hacer leyes, el artículo 4º de la misma Ley de Administración afirmaba que la “autoridad del Presidente de la República es extraordinaria cuantas veces fuese preciso para conservar el orden” constituyendo al Ejecutivo, además de legislador, en juez privativo de las causas reservadas por el estatuto de administración de justicia, un absolutismo neoborbónico similar al del doctor Francia, con cierta apariencia republicana. Alberdi reconocía que “el poder fuerte es indispensable en América […] pero el del Paraguay es la exageración de ese medio, llevada al ridículo y a la injusticia, desde luego que se aplica a una población célebre por su mansedumbre y su disciplina jesuítica de tradición remota.” Excluye la libertad religiosa y todas las libertades, tomando “especial cuidado en no nombrar una sola vez, en todo su texto, la palabra libertad […] es la primera vez que se ve una Constitución republicana sin una sola libertad; la única garantía que acuerda a todos sus habitantes es la de quejarse ante el Supremo Gobierno de la Nación [donde] el derecho de queja es consolador sin duda, pero supone la obligación de experimentar motivos de ejercitarlo.”
Pese a las críticas sobre el sistema político paraguayo desde el punto de vista republicano o democrático, el Uruguay, que a los ojos de Alberdi poseía la mejor de las constituciones de la época, reconoció la independencia paraguaya el 26 de marzo de 1845 mientras el Imperio del Brasil realizaba gestiones para obtener el reconocimiento de parte de otras potencias, luego del tratado de alianza, comercio, navegación, extradición y límites firmado entre el Paraguay y Brasil en Asunción el 7 de octubre de 1844, situación que evidencia que el Paraguay procuraba un contrapeso de importancia ante la negativa de Rosas de reconocer la independencia paraguaya, se iniciaba la política pendular que caracterizaría al Paraguay por la necesidad de sobrevivencia como Estado. La falta de definición de la frontera paraguayo-brasileña que en el futuro generaría las principales desavenencias, sería la ubicada en el Norte. La indefinición databa del siglo XVIII, pues quedaron sin delimitarse cientos de kilómetros de fronteras entre España y Portugal desde el Tratado de 1777; los españoles sostenidos por la erudición del geógrafo Félix de Azara, sostenían que el Ygurey era el río conocido con otros nombres como Yaguarei, Yoinheima, Monice o Ivinheima (Yvyñeíma) que entraba en el Paraná por la ribera occidental bien arriba de los Saltos del Guairá, mientras que por el lado del río Paraguay, de acuerdo a Azara, el río Corrientes era el Apa pero según otros, el Blanco, más al Norte, tesis defendida por López.
Al observar los mapas de la época, debido a la gran cantidad de vertientes fluviales que alimentan la cuenca del Río de la Plata, sobre todo los afluentes de los dos principales ríos (el Paraguay y el Paraná), varios de ellos sin una suficiente exploración o conocimiento, se evidencia la complejidad del problema. Si bien en aquellos parajes indefinidos, la cordillera del Amambay sirve de muro que divide claramente las vertientes orientales hacia el Paraná y las occidentales hacia el Paraguay, a lo largo de sus cursos, estos arroyos, riachos o ríos van cobrando diferentes denominaciones, así como también, se da lugar a toda clase de interpretaciones fonéticas que, sumado a que en esos alejados lugares, tanto de la capital paraguaya como de los principales asentamientos humanos del Imperio como Corumbá o Cuyabá, colaboraron para que no existiera suficiente conciencia histórica para afirmar que el río Corrientes fuese el Apa o el Ygurey el Yvyñeíma. Las instrucciones entregadas por el Imperio del Brasil al Encargado de Negocios, Pimenta Bueno, sólo lo autorizaban a reconocer la independencia y entablar relaciones de amistad y comercio, no de límites. Por ello, al firmar aquel extenso Tratado de treinta y seis artículos que incluía la cuestión de límites tomando como base el Tratado de San Ildefonso de 1777, el diplomático imperial se extralimitó en su mandato, sin embargo, de haber sido ratificado por el Emperador, podría haber significado un giro histórico en las relaciones bilaterales y posiblemente, evitado la Guerra de la Triple Alianza.
Por todo lo expresado, este Tratado de 1844 no estaba en condiciones de ser refrendado por la diplomacia imperial y por ende fue rechazado; pese a ello, varios de sus artículos se cumplieron como si hubiese estado en plena vigencia, ya que el interés del Imperio del Brasil se alineaba con el del Paraguay en cuanto a la consolidación de su independencia e inclusive, en la conservación de sus límites frente a la Argentina. Le interesaba que el Paraguay mantuviese el control sobre del corredor entre Candelaria y San Borja y así evitar contacto con los argentinos, ya que la Banda Oriental operaba como perfecto tapón al sur como Bolivia al norte, faltando cerrar el centro, en Paraguay, donde mayor extensión de flancos podría contar, en caso de que cayese bajo órbita argentina, tal como pretendía Rosas con su bloqueo. Ante la política proteccionista de Rosas, la preocupación principal de Inglaterra y Francia era convertir a Montevideo en un puerto libre, único lugar donde era posible una libre navegación a las regiones del Paraguay y por dicho motivo, los gobiernos de Londres y París estaban dispuestos a cooperar con la misión del marqués de Abrantes en representación del imperio brasileño para obtener el reconocimiento de la independencia paraguaya y una acción conjunta contra Rosas; pero mientras Francia se mostraba afín a una Triple Alianza junto al Reino Unido y el Imperio del Brasil, el ministro de Relaciones Exteriores inglés, Lord Aberdeen, prefería una acción exclusiva de ambas potencias europeas en el Río de la Plata.
El representante imperial brasileño Pimenta Bueno se había convertido en consejero del presidente Carlos Antonio López y a sugerencia del diplomático, la cruzada paraguaya por obtener el reconocimiento de su independencia también se tradujo en la creación de un periódico editado en Asunción denominado El Paraguayo Independiente, cuyo primer número aparecería el 26 de abril de 1845 y el último, el 18 de setiembre de 1852, sólo después de reconocida la independencia paraguaya por parte de la Confederación Argentina, presidida por el general Justo José de Urquiza, luego de derrotar a Rosas en la batalla de Caseros; pero hasta llegar a ese punto todavía mucha agua correría bajo el puente. En efecto, en aquel período de siete años (de 1845 a 1852), se dará la particularidad de que, salvo por algunos incidentes como el que ocurriría en el cerro Pan de Azúcar, la política exterior paraguaya estuvo completamente alineada a la imperial brasileña, es más, a falta de un servicio diplomático profesional establecido, el Paraguay recurriría a la musculatura imperial para hacerse representar, como lo hizo don Carlos Antonio López, quien, al no contar siquiera con una oficina consular en Montevideo, el 1 de junio de 1845 hizo nombrar al mismo “ministro brasilero que S.M. el Emperador del Brasil tuviere por bien designar para que, visto no haber tiempo de ir un enviado del Paraguay a la Augusta presencia de S.M. el Rey de los franceses.”
El ministro plenipotenciario francés en el Río de la Plata, Barón Antoine Louis Deffaudis contestó que en cualquier momento estaría dispuesto a ponerse en contacto con el como representante del Paraguay, pese a que no contaba con instrucciones ni poderes para establecer relaciones especiales entre Francia y Paraguay, pero expresó que en grado suficiente conocía la posición amistosa del Rey francés con relación al Paraguay y el 18 de noviembre de 1845, una semana después que el Paraguay firmara en Asunción un Tratado de Alianza ofensiva y defensiva con Corrientes y el general José María Paz contra el gobernador de Buenos Aires, fuerzas navales franco-británicas rompieron en la vuelta de Obligado el bloqueo argentino del río Paraná y dos meses después, el 15 de enero de 1846 arribaría al puerto de Asunción el buque de guerra francés Fulton a bordo del cual venían su comandante, el almirante François Thomas Tréhouart y el comandante británico Sir Charles Hotham, representante del ministro inglés en el Plata, William Gore Ouseley. El Tratado de Alianza, su convención adicional y los artículos secretos firmados por Paraguay, Corrientes y el general Paz el 11 de noviembre de 1845 contra Rosas, tenían la impronta de la diplomacia imperial y como corolario, el Paraguay aclaraba que declaraba la guerra al gobernador Rosas y no a la Confederación Argentina, empujado a ello por cuestiones de supervivencia como Estado pero felizmente, pese a los preparativos realizados, el Paraguay no entró en conflicto por el rápido desenlace de la cuestión interna argentina, las negociaciones de paz encaminadas por las potencias europeas y desinteligencias sobrevenidas entre aquel y sus aliados.
A fin de no perder el hilo de las discusiones sobre los problemas platinos que entonces tenían como escenario principal a la ciudad de Montevideo, el gobierno paraguayo nombró agentes confidenciales ante el gobierno oriental y ante los ministros de la intervención europea a Bernardo Jovellanos y Atanasio González e informó a Deffaudis sobre las facultades que tenían dichos negociadores para suscribir un tratado de amistad y comercio con Francia. Tanto el ministro francés como el británico Ouseley coincidían plenamente con el punto de vista paraguayo, pero aparentemente, el interés de Rosas por anexar Paraguay hizo que, en la mesa negociadora, aunque no se mencionara explícitamente, se condicionara la paz al no reconocimiento de la independencia paraguaya por parte de estas potencias europeas. Siguiendo instrucciones de su gobierno, el diplomático inglés Samuel Hood, sucesor de Ouseley, se hallaba negociando con la Argentina la navegación por el Paraná, en la inteligencia que la misma debía considerarse como interna en la Confederación Argentina, lo que, para tranquilidad de Rosas, fue incluido en los principios fundamentales de las negociaciones de paz entre las fuerzas de intervención con aquel y Oribe. Tanto el parlamento británico como Francia no podrían reconocer la independencia paraguaya mientras siguiera pendiente “la cuestión con la República Argentina.”
La noticia cayó como un balde de agua fría al gobierno de Carlos Antonio López, que veía destartalarse ante sus ojos toda la estrategia que había trazado y le hizo sentir que la supervivencia del Paraguay pendía apenas de la colaboración que pudiera prestarle el Imperio del Brasil, tal como se evidencia de la lectura de las nuevas instrucciones que el presidente paraguayo enviaría a sus agentes en Montevideo donde decía que “Rosas ha sabido interesar al inglés [Hood] con la extensión de su Tratado del año 25 a los puertos del Paraguay y a todo extranjero con la navegación de este río hasta sus confines con bandera argentina” y termina recomendando a los agentes regresar por territorio brasileño “a menos que puedan hacerlo con seguridad por el Paraná.” El Imperio, aún con algunos intereses alineados a los paraguayos, no estaba dispuesto a ceder ningún palmo de tierra a su ocasional aliado, mostrándose reacio a negociar, luego del primer revés, sobre la base del Tratado de 1777 que consideró caduco, procurando, por otra parte, insistir con el Uti Possidetis. En correspondencia reservada remitida a Río de Janeiro, Pimenta Bueno insistía en la necesidad de ocupar varios de los espacios disputados fundando presidios, a los efectos de obtener mayores ventajas futuras al momento de definir los límites fronterizos.
La correspondencia diplomática, al menos desde la asunción del nuevo Encargado de Negocios del Brasil en Asunción, Pedro de Alcántara Bellegarde, era enviada de manera encriptada por el justificado temor de que el servicio de espionaje paraguayo revisase la misma, apelándose a un sistema sencillo pero a la vez práctico para el envío de correspondencia reservada, que durante más de un siglo se mantuvo en los archivos diplomáticos brasileños sin descifrar, hasta la publicación de la extraordinaria obra del historiador José Soares de Souza en 1966, que por primera vez permitió a los investigadores acceder a la trascripción de estas comunicaciones oficiales, ya descifradas. Aun así, al Paraguay no le quedaba otra salida que apostar sus fichas a estrechar lazos con el Imperio del Brasil y para ello, depositó su confianza en uno de sus más ilustres hijos, el doctor Juan Andrés Gelly Martínez escogido para representar al Paraguay como Encargado de Negocios ante la Corte Imperial en Río de Janeiro; Gelly organizó la Legación Paraguaya en la capital carioca y a través de su gestión se materializaron muchos proyectos de Estado, incluyendo la gestión de créditos, acuñación de monedas, venta de armas e instrucción militar por medio de las primeras misiones militares brasileñas en Paraguay, aunque el principal objetivo de negociar y finiquitar la cuestión de límites había fracasado, a pesar que llegó a presentar un proyecto de tratado de límites en enero de 1847 que contemplaba la neutralización de la zona entre los ríos Apa y Blanco, lo que implicaba una renuncia gigantesca de las pretensiones paraguayas sobre territorios que por el Tratado de San Ildefonso, legítimamente correspondían al Paraguay.
Después del fracaso de la alianza con Corrientes y el general Paz, en 1847 el Paraguay fue nuevamente solicitado para una segunda alianza por el general unitario correntino Juan Madariaga, pero don Carlos Antonio López se negó a ello; tenía la impresión de que el general Paz no había puesto en la alianza la lealtad debida y estaba descontento de Madariaga, que lo acosaba con sus exorbitantes reclamaciones por aprovisionamiento del ejército paraguayo durante los meses de operaciones contra la vanguardia federal enviada por Urquiza. El pretexto alegado por López era el de haber aceptado la mediación del diplomático estadounidense William Brent, a la cual quería hacer honor con el estricto cumplimiento del acuerdo, aun cuando Rosas no cumpliera su parte. Pero la negativa de López de aliarse con Corrientes no mejoró sus relaciones con Rosas, quien previno al gobernador correntino Valentín Virasoro que “debe considerar a los buques de bandera paraguaya como argentinos y dar a López en su correspondencia con él, no el título de Presidente de la República sino el de Gobernador y Capitán General de la Provincia del Paraguay”, apoyándolo también en sus reclamos al Paraguay con relación a la isla de Apipé, donde desde tiempos de la Colonia Española tenían sus estancias varios vecinos de los antiguos departamentos de Santiago y Candelaria; López expulsó a los pocos pobladores correntinos que tenía la isla y la ocupó militarmente, tal como lo haría en las Misiones entre el Paraná y el Uruguay en junio de 1849.
En su proclama “a las fuerzas nacionales en operaciones sobre el Uruguay y la Tranquera de Loreto” dice: “soldados: respetad las personas y las propiedades de los habitantes pacíficos que podáis encontrar, pero si alguno intentase detener vuestro paso, recordad y probad que sois los descendientes de los vencedores de Paraguarí y Tacuarí” y dos semanas después, una división a las órdenes del general Francisco Solano López cruzó el Paraná, bajó hacia el Aguapey, derrotó a pequeñas partidas en Concepción y Umbú llegando hasta Hormiguero o Santo Tomé, en la orilla derecha del Uruguay frente a San Borja, desde donde irradió su acción hacia los Cuaís y el pueblo de La Cruz ocupando la garganta de Loreto y San Miguel, donde estableció guarniciones con objeto de asegurar sus comunicaciones. El gobierno paraguayo dirigió una célebre nota al gobierno de Buenos Aires el 16 de octubre de 1849 donde proponía la apertura de una negociación para resolver las cuestiones pendientes, pero Rosas sabía que una vez “pacificado” el interior, respetando la independencia uruguaya como hecho consumado, podía emprender una campaña contra el Paraguay para apoderarse del mismo. Debía otorgar suficientes garantías a las potencias extranjeras para navegar libremente y comerciar con sus provincias de aguas arriba, pero manteniendo un férreo control aduanero en Buenos Aires, papel que había desempeñado con Santa Fe durante la colonia y que había consolidado con la erección del virreinato platino, opción inadmisible para Asunción, pero también, para Río de Janeiro, que vería limitada su comunicación con su provincia más lejana, el Mato Grosso.
Luego del fracaso de la Misión Gelly, el Paraguay nombraría nuevo Encargado de Negocios ante la Corte de Río al portugués Manuel Moreira de Castro en el año 1849, quien correría la misma suerte que su antecesor en lo relativo a límites. Mientras los paraguayos se ocupaban del terreno diplomático, los brasileños ocupaban el terreno en disputa con la fundación de colonias militares y un avanzado fortín en el lugar denominado Pan de Azúcar; el canciller paraguayo Benito Varela intentó persuadir a Bellegarde, de las consecuencias por la demora en la firma de un acuerdo de límites, al tiempo de hacer hincapié en la necesidad de desmilitarizar el territorio comprendido entre los ríos Apa y Blanco. La situación en el Pan de Azúcar (Fecho dos Morros, al sur de Fuerte Olimpo) se volvía preocupante, y por ello, Varela advirtió a Bellagarde que de no producirse el retiro de los establecimientos, encontraría allanado el camino para hacerlo por “las vías de hecho”; en vano el diplomático imperial intentó convencer al gobierno paraguayo de las buenas intenciones del Imperio, remitiendo incluso una nota al comandante del Fortín para que abandonase la plaza, pero como el presidente de Mato Grosso se hallaba en el fuerte, ignoró la orden del diplomático, por lo que cerró el gobierno paraguayo las discusiones. La fuerza de asalto que había hecho una parada en la Villa Real de la Concepción recibió orden de seguir la marcha y dar cumplimiento a la misión; al llegar se cursó una orden al jefe de la plaza quien replico “que se obre lo que juzgare a su alcance” y se pasó al bombardeo que, luego del desembarque y de más de una hora de lucha, consiguió replegar a la guarnición brasileña.
Como fue manifestado precedentemente, a fin de forzar el reconocimiento de su independencia por parte de la Argentina y restablecer el comercio que el Paraguay mantuvo por décadas con el Imperio del Brasil por San Borja, don Carlos Antonio López había ordenado ocupar militarmente las Misiones, desde la margen izquierda del Paraná hasta la margen derecha del Uruguay, es decir, el mismo corredor que el Paraguay reivindicaba como suyo desde hacía décadas y expulsaba de la isla de Apipé a los correntinos debido al peligro de invasión amenazada por la Confederación Argentina, protestando por la política hostil de Buenos Aires con relación a los derechos del Paraguay, negándole “el ajuste de alguna convención que arreglase el comercio de ambos países, restableciese las relaciones amigables y el proceso de simpatías […] y un establecimiento cierto de límites.” La respuesta de Rosas no se hizo esperar, y buscando cumplir el viejo anhelo argentino de anexar el Paraguay, truncado desde la invasión de Belgrano de fines de 1810 e inicios de 1811, obtuvo la autorización de la Junta de Representantes de la provincia de Buenos Aires “para disponer de todos los fondos y recursos necesarios a fin de reincorporar el Paraguay a la Confederación Argentina” y de esa manera, doblegar a la “provincia rebelde” que rehusaba someterse a su jurisdicción; luego de la paz de Rosas con Inglaterra y Francia, el dictador argentino contaba con suficientes recursos para llevar adelante esta expedición, que fue tomada muy en serio por don Carlos Antonio López ordenando el reclutamiento de tropas en la Villa del Pilar y su concentración en Paso de la Patria, junto a otras medidas defensivas.
Ante este grave peligro para el Paraguay, que también interesaba al Imperio del Brasil, ambos países sortearon las dificultades diplomáticas recientes en relación al incidente en Fecho de Morros y el 25 de diciembre de 1850 firmaron un Tratado de Alianza defensiva y ofensiva de 17 artículos donde las partes se comprometían a llevar hasta las últimas consecuencias una guerra que pudiera provocar Rosas; aunque este Tratado contaba con un artículo separado que lo volvía secreto, el periódico El Paraguayo Independiente se encargaba de explicar el interés común al declarar como “idénticas las causas del Paraguay, el Brasil y del Estado Oriental.”
La firma de este acuerdo sirvió de freno inmediato a Rosas, quien a la vez se metía en camisa de once varas al ordenar a Urquiza cortar el contrabando con Montevideo, que había beneficiado en los años anteriores a su provincia de Entre Ríos, convenciéndose de que debía enfrentarlo, pero sin pretender derrotarlo a la manera de los unitarios, sino por medio de entramadas negociaciones que derivaron en alianzas secretas con Corrientes y el Imperio del Brasil, que se comprometió a financiar la campaña, facilitarle la logística, además de entregarle importantes sumas de dinero para sus fines políticos y de esa manera, el 1 de mayo de 1851, reasumiendo la dirección de las relaciones exteriores de su provincia. El 12 de octubre de 1851, los representantes del Imperio del Brasil y Andrés Lamas, plenipotenciario del gobierno de la Defensa de Montevideo, suscribieron otro pacto análogo al firmado con el Paraguay, en cuyo artículo 16 se establecía que “habiéndose comprometido el gobierno de la República del Paraguay a cooperar con el de S.M.I. al mantenimiento de la República Oriental del Uruguay, e interesando la independencia del Paraguay al equilibrio y seguridad de los Estados vecinos, el gobierno uruguayo se obliga a cooperar también por su parte, conjuntamente con el Imperio para la conservación y defensa de la independencia del Paraguay.”
El objetivo geopolítico del Brasil era impedir a toda costa la reconstitución del virreinato platino bajo cualquier otra denominación o forma de organización política y para ello, aplicó todo su empeño en combatir el anexionismo de Buenos Aires, que había llegado a su punto culminante a fines de 1850. Ni el Imperio, ni Montevideo, ni Asunción estaban dispuestas a permitir la expansión de Rosas, voluntades a las que se sumarían Corrientes y Entre Ríos con Urquiza a la vanguardia, lo que significaría el inicio del fin de la era rosista en la Argentina. El general Urquiza no se lanzaría directamente sobre Rosas, dirigiéndose primero al aliado de éste en el Uruguay: Manuel Oribe. El 19 de julio de 1851 Urquiza cruzaba el río Uruguay en Paysandú, secundado por Eugenio Garzón, quien hacía lo propio a la altura de Concordia; en Paysandú se sumaron Servando Gómez, Lucas Píriz y otros oficiales oribistas, hartos de aquella guerra interminable. Ignacio Oribe, hermano de Manuel, rechazó indignado una oferta para pasarse de bando, pretendiendo presentar batalla a los invasores, pero sufrió la deserción en masa de sus tropas.
Urquiza esperó refuerzos provenientes del Brasil eludiendo presentar batalla; el 4 de septiembre, 13.000 brasileños ingresaron por Santa Ana, lo que convenció a Oribe que no tenía posibilidad de oponer resistencia; envió ante Urquiza a Lucas Moreno con instrucciones de llegar a un acuerdo y se retiró al Gobierno del Cerrito y luego de sendas negociaciones, el 8 de octubre de 1851 “sin vencidos ni vencedores” se firmó el acuerdo que ponía fin a la prolongada Guerra Grande del Uruguay (1839-1851), quedando Montevideo bajo el control del Gobierno de la Defensa, que se comprometía a convocar elecciones en la brevedad posible, estableciéndose la inmediata evacuación de las tropas argentinas. Urquiza se quedó con el valioso parque de armas e incorporó a la mayoría de los soldados al Ejército Grande que en diciembre de 1851 se trasladó a Santa Fe con el fin de derrocar al gobernador Pascual Echagüe para avanzar luego hacia Buenos Aires. Ángel Pacheco, uno de los mejores comandantes de Rosas, manifestó su desacuerdo con relación a la estrategia a seguir y por primera vez, aquel desconfió de su experimentado general. Agraviado, Pacheco se retiró a su estancia, dejando a Rosas al frente del ejército que sería derrotado en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, tras la cual abandonó el campo de batalla acompañado únicamente por un ayudante. Con la firma del Acuerdo de San Nicolás, Urquiza fue nombrado Director Provisional de la Confederación Argentina (1852-1854) período en el cual, cumpliendo los compromisos contraídos con sus aliados, pero sobre todo con el Imperio Brasilero, envió a Asunción como agente diplomático al cordobés Santiago Derqui, quien, junto con el ministro paraguayo Benito Varela, primeramente firmó un tratado de navegación y límites el 15 de julio de 1852, donde se fijaban fronteras naturales y dos días después, reconocía la independencia paraguaya por nota especial.
Compartir esta noticia
Conferencia en la Embajada del Paraguay en Bolivia sobre las funciones de la Comisión Nacional Demarcadora de Límites, dirigida a los funcionarios de esa Representación Diplomática.
Ver Más
Participando de la reunión de Delegados Demarcadores de la Comisión Mixta Boliviana Paraguaya, que se realiza en la ciudad de La Paz, Bolivia.
Ver Más
Reconocimiento en el Acto de homenaje a la “Labor Demarcadora y Diplomática para la Preservación de los Límites Internacionales y la Soberanía Territorial”
Ver Más
Recibimiento en el Aeropuerto de El Alto, en Bolivia , inicia la Reunión de Delegados Demarcadores de Paraguay y Bolivia, a fin analizar los trabajos de campo realizados y hacer un estudio de gabinete sobre las zonas fronterizas.
Ver Más
Reunión de trabajo con el Director del Archivo Nacional, Don Vicente Arrúa Avalos.
Ver Más
Reunión de trabajo con el Director de la Biblioteca del Congreso Nacional, Don José Samudio.
Ver Más